lunes, 30 de septiembre de 2013

El trueque ©

Cantaba tan mal y su voz era tan aguda que decidió vivir en el mundo del susurro y la escucha. Aprendió a asimilar las palabras y los gestos de sus interlocutores como en una danza acompasada de intenciones ocultas y sentimientos secretos. Así conoció las almas de los hombres, las ansias y las necesidades de cada uno, y se complació en complacerlos. Algunos sólo querían ser escuchados, otros sólo comprendidos y otros alentados o descargados de preocupaciones. Todos los que la conocían buscaban sus susurros o sus silencios y solicitaban el regalo de su sonrisa.

Adoraba pasear por el campo, llenar su silencio de cada murmullo cercano. Pasaba largas horas en el brocal de un viejo pozo, donde el sol hacía brillar su pelo y las emociones  su sonrisa.
A ese brocal llegó la Envidia, la bruja aburrida de su vida y sus mezquindades, la que quería para sí la felicidad que otros no escondían.

Isabella no la vió llegar. Por supuesto sólo la oyó, y cuando sus ojos volaron hacia ella, ya estaba perdida. La bruja Envidia es el perfecto disfraz de las mil formas, la bruja que no ves bajo la capa que desees que te enseñe, aunque tú... no lo sabes.

La bruja Envidia la saludó y distraídamente comenzó a cantar con una voz tan dulce que hasta la naturaleza detuvo su rutina para escucharla. Los pájaros, el viento, el trajín de los animales todo quedó en silencio,  asombrados por tanta belleza.

La emoción de Isabella al oír aquella voz se asomó al borde de sus ojos y, mientras una lágrima defenestraba traidora, preguntó a la bruja Envidia cómo había hecho para conseguir que de su garganta brotasen sonidos tan dulces y melodiosos. La bruja le dijo que era muy fácil, sólo había que comprarla, y ella era una complaciente vendedora ambulante.
- Dígame el precio.
- Barato, querida, sólo tendrás que cambiarla por un poco de tu oído.
"¿Un poco de mi oído? ¿Quedarme un poco sorda? No es tanto, mi oído está muy desarrollado, y a cambio ya no tendré que seguir susurrando" Pensaba la pobre Isabella...
- Decídete, querida niña...
- Hecho, señora, venga la voz y tenga un poco de mi oído.

La bruja se alejó después del trueque, saboreando la efímera y placentera sensación de haber robado lo que ella nunca tendrá.

Isabella comenzó inmediatamente a cantar emocionada, fascinada,  y así llegó hasta el pueblo, donde todos se acercaban asombrados a escuchar aquella voz, aquel timbre que modulaba notas con una belleza que nunca nadie había escuchado. Isabella cantaba y volaba entre sonrisas, pero cuando terminó su canción, algo no funcionaba...

Sus vecinos, sus amigos, su familia, todo el mundo aplaudía y se afanaba en preguntarle donde había tenido escondida aquella maravillosa voz. Sin embargo, ella oía los aplausos, los pasos por la tierra, los roces de los vestidos... pero no sus voces. Ese era el "poco de oído" que había perdido.
A partir de ese día, poco a poco,  todos aquellos que tanto la querían dejaron de dirigirse a ella para contarle sus duelos, sus cuitas, sus trasiegos y amoríos. El amor y el consuelo que antes se le desbordaban a Isabella, ahora se le enquistaban en el corazón, porque no podía escuchar, porque no sabía a quién le hacía falta. Ya no tenía ganas de cantar y enmudeció anegada en tristeza...


En el brocal escribió entre lágrimas:
"Disfruta con lo que eres, olvida lo que no está en ti y serás feliz" ©

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