domingo, 20 de octubre de 2013

Camino a ninguna parte ©

Érase una vez un camino que no llegaba a ninguna parte. Eso le ponía muy triste, porque corrió tanto el rumor que las malas hierbas se iban apoderando de su recorrido. Pero el camino era terco, y formaba remolinos de viento que arrancaban las plantas no deseadas para mantenerse despejado por si alguien, algún día, decidía recorrerlo. Hasta las mujeres de la Liga Anticolesterol y Por Un Cotilleo Deportivo, le menospreciaban, y eso sí que dolía.

Manuel no le encontraba sentido a la vida. Sus sueños se habían transformado en responsabilidades, y su día era sólo un pasar el tiempo con lo que fuese cayendo. Aquel día, frío telonero del invierno, salió de su casa sólo para disfrutar de la sensación de respirar. Llegó hasta una encrucijada y reconoció el camino que no llevaba a ninguna parte. Pensó que, al fin y al cabo, su vida tampoco, y decidió seguirlo.

El camino se aguantó las ganas de aplaudir, sobre todo porque no sabía con qué hacerlo, y siguió curioso el paseo del caminante. Manuel advirtió que era un camino como todos, lindado de cardos, amapoles secos y malas hierbas que le saludaban a su paso en la dirección que el viento les dictaba. De repente se paró en seco. El paseo había terminado porque ante él se abría un barranco profundo que cortaba abruptamente el camino. Detrás de él oyó un suave tap tap. Descubrió que un pato llegaba hasta él, se colocaba a su altura, miraba hacia abajo, y luego volvía la cabeza hacia él, con una especie de interrogación en la mirada. Andaba preguntándose cómo un pato podía tener una mirada inquisitiva, cuando para agrandar su asombro, el pato le habló:

-¿Por qué no sigues?
-¿Es que no has visto que no se puede cruzar?
-¿Cruzar el qué?
-El barranco
-¿Qué barranco?
-El que tienes ante tus patas, pato. -Dijo Manuel un tanto fastidiado porque para un pato hablador que se encontraba, parecía bastante cretino.
-Ainsss, humanos... Tenéis lo mismo de altos que de tontos -Contestó el pato mientras aleteaba para ponerse a la altura de la cabeza del caminante- Venga, agáchate un poco.

Y como esto es un cuento, Manuel se agachó obedeciendo al pato parlante. Arqueó las cejas y abrió mucho los ojos cuando descubrió que, según bajaba la mirada, lo que había considerado un abismo infranqueable, se iba convirtiendo en un charco astuto, que con los reflejos de plantas y piedras, se había disfrazado hábilmente de barranco. Miró al pato, le sonrió, para acabar con una sonora carcajada, mientras sus pies atravesaban el charco  que apenas mojaba sus suelas. El pato le guiñó un ojo y se quedó saltando en el agua.

Continuó un rato riendo y caminando, sin darse cuenta de que ya no tenía que hacer esfuerzos para respirar hondo. Se estaba empezando a encontrar bien, cuando le pareció oír dos voces agudas y nasales que discutían en algún lugar entre los hierbajos. No tenía prisa, al fin y al cabo no iba a ninguna parte, así que acercó a escuchar.

-Tú ya eras tonto cinco camadas antes de nacer. -Oyó decir a un conejo, que parecía apuntar con una de sus orejas al hombro del conejo que tenía enfrente.
-No me no me... que te que te... La madriguera es mía porque soy el mayor y punto.
-La madriguera era de padre y no dijo nada de mayor porque entre otras cosas, no tenía ni idea de quién era el mayor de los 10.
-Padre no, pero madre sí, así que le dijo a padre quién era el mayor, que soy yo, y la madriguera es mía.
-Mira que madre nos tenía dicho que nunca mordisqueáramos las setas... pues tú te has puesto morado... Que la madriguera es mía porque fui el último en irse y no hay más que hablar.
-Claro, porque como eras el pequeño, para qué te ibas a emancipar como todos, so parásito.
-¿Parásito yo? Te voy a pegar un orejazo que vas a pillar más velocidad que la liebre Jacinta.

Cuando la pelea ya parecía inminente, Manuel decidió intervenir.

-¡Eh, chicos, chicos! Que sois hermanos, no os peleéis. Seguro que hay una solución.
-Mira el rey Salomón... ¿Qué solución? ¿Partirla por la mitad? -Dijo el conejo mayor con voz de burla.
-Pues es buena idea. ¿Cuántos erais de familia?
-58 sin contar con la tía Indalecia, que era muy independiente y tenía un loft al final de la madriguera.
-Pues repartid las habitaciones y dejáis el loft como sala de estar común. Debe ser un sitio maravilloso para que dos hermanos discutan en la intimidad.
-Pues es verdad así seguiríamos juntos.
-Pero yo me pido la habitación de padre, que para eso soy el mayor.
-¿Ya estamos otra vez con la tontería?

Manuel, divertido, y sabiendo que al final no habría orejazos por medio, se alejó de aquellas voces que seguirían otro rato discutiendo por cualquier cosa, y continuó su camino hacia ninguna parte. Ya no se contentaba con mirar sus pies levantando polvo, ahora disfrutaba de las vistas a uno y otro lado de la senda, observando todo lo que el campo le regalaba: los colores del cielo, las formas de los árboles, los aromas de las plantas, las caricias del suave viento... Y el camino a veces hacía bailar algún remolino de polvo, de puro contento. Siguió caminando hasta que se detuvo porque a sus oídos había llegado lo que le pareció un lloro, o un lamento. Incrédulo, vio entre las hierbas a un armadillo que torpemente se sonaba la nariz con una hoja seca. ¿Habrá algo más conmovedor que un armadillo llorando? No tuvo más remedio que preguntarle qué le pasaba.

-Un fallo genético, que me tiene fastidiado de nacimiento.

Esto ya era el colmo, un armadillo hablando de errores del ADN. Como para quedarse con la duda.

-¿Cuál es ese fallo?

El armadillo se puso de pie sobre sus pequeñas patas traseras y su cola, y trastabillando le señaló un punto en su pecho donde no había piel rugosa, ni pelo, ni siquiera algo que pareciera una piel resistente. Era un pedazo de piel prácticamente transparente, a través de la cual podía verse el corazón palpitante del animalito.

-¿Lo ves? No está cubierto ni protegido como debería, y  por eso todo me toca el corazón. Todo me duele, todo me alcanza... -gimió el pobre armadillo.
-Eso sí que es un problema, y le veo difícil solución.

Entonces los gemidos se transformaron en un gran e inconsolable sollozo. Manuel consideró varias formas de ayudarle, y no se le ocurrió otra cosa que acariciarle el corazón mientras pensaba y pensaba. Eso pareció acallar el profundo lamento del animal, y entonces tuvo una idea. A su derecha, tras una hilera de rocas,  se extendía una enorme pradera de hierba de apariencia suave y mullida. Sin pedirle permiso, lo alzó en brazos, recorrió la distancia que les separaba de la pradera, y allí lo depositó.

-Armadillo, cuando algo no tiene solución, la solución es buscar el menor daño posible. Aquí no hay piedras como en el camino, ni polvo, ni cardos, ni espigas hirientes. No podrás ir por todas partes, ni explorar nuevos lugares, pero aquí tu corazón no sufrirá daño alguno, y la pradera es mil millones de veces más grande que tú, así que tardarás tres vidas en recorrerla entera.

En la sonrisa del armadillo estaban las gracias más sinceras que jamás oiría a nadie pronunciar. Le dedicó otra sonrisa de despedida y volvió al camino a ninguna parte. No sabía el tiempo que llevaba andando, y además, tampoco le importaba. Después de un rato, llegó a una encrucijada que le resultaba familiar. Era el principio del camino. En el polvo aún podían verse las huellas que dejaron sus zapatillas cuando lo empezó en dirección contraria. Parado en aquel cruce de caminos, Manuel pensó que en realidad, como en la vida, no importaba el destino, sino todo lo hermoso o sorprendente que ocurre mientras paseas por ella. Volvió cada día, y cada vez lo hacía acompañado por alguien distinto. Incluso de vez en cuando, se cruzaba con otras personas.

El camino era feliz, aunque nunca llevó a ninguna parte. ©












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