miércoles, 11 de diciembre de 2013

El alienígena

Érase una vez un alienígena de los del tipo "están entre nosotros". Pasaba perfectamente desapercibido entre el resto de la humanidad, nadie reparaba en él por su físico o su comportamiento. No siempre fue así, en algunas etapas de su estancia en este planeta, había sido llamado "el raro". Llevaba siendo alienígena tanto tiempo, que no recordaba cuándo lo habían depositado en la Tierra, ni siquiera cuál era su misión.

Le habían implantado la máxima de que nada de lo humano le era ajeno, la curiosidad por lo que le rodeaba y la inquietud por saberlo todo. Saboreaba las cervezas como néctar de dioses, sus dobles nudos Windsor de corbata habían alcanzado la perfección, el paladar se le había vuelto exquisito y era ávido leyendo.

Para no despertar sospechas en la población y no volver a ser etiquetado como "el raro", había asimilado muchos comportamientos de los humanos: era educado, afable, trabajaba en equipo y pagaba sus facturas protestando por lo caro que estaba todo. Se cuenta que incluso acudió a alguna manifestación gritando consignas. Pero durante la noche, su naturaleza de otro mundo se revelaba. Se quitaba la máscara de humano normal, daba rienda a sus gustos extraños al resto, ý entablaba infinitas conversaciones sobre raras materias consigo mismo,(cuentan que incluso en varios idiomas) porque estaba solo, se sentía único. Prácticamente no veía televisión, pero leía sobre astronomía, hacía visitas a sus películas de culto y se rendía a curiosos protocolos como los desayunos pantagruélicos de año nuevo disfrutando de una polka televisada.
Llegó a pensar que su civilización le había olvidado en este planeta, e imaginaba historias del porqué. Quizá habían sufrido un cataclismo y no hallaban cómo hacerlo volver, o las máquinas de su planeta se habían rebelado y tomado el control, o que aún no había llegado el momento de conocer su misión. La cuestión es que los años pasaban y cada día estaba más solo entre la multitud. Se decía a sí mismo que estaba acostumbrado y así conseguía ignorar su soledad.

Un aburrido domingo, de esos en los que el sol te invita formalmente a pasear, salió sin rumbo por las calles, y se topó con un mercadillo de libros de segunda mano. Aquello era un paraíso para él, le gustaba rescatar páginas de conocimientos olvidados, o de saberes ignorados. Hojeaba un libro del alquimia cuando un movimiento a su lado le llamó la atención. Unas manos enguantadas cogían un libro de una antigua colección. Era una vieja traducción de los libros védicos. Lentamente, desenfundó su mano para acariciar las desgastadas pastas. Después lo abrió por cualquier sitio y sus dedos aletearon por las páginas. Ése era el movimiento que tantas veces él había repetido, que le pareció tan familiar como extraño. No levantó la vista, pero sabía que era una mujer por sus manos y su aroma. Continuó la búsqueda en otro puesto sin que nada pasara. Dos puestos más necesitó para descubrir un ejemplar muy desgastado de uno de sus libros favoritos; ya era suyo. Pero su mano tropezó con otra que también quería apoderarse de él con el mismo guante de piel que tres puestos antes le turbó. Entonces sí miró directamente a los ojos de la propietaria de esa mano que aún mantenía agarrada, que a su vez aún asía el libro.

-Por favor, es todo suyo -dijo el alienígena-.
-Como desees -contestaron aquellos labios, sonriendo con la mirada-.

Perplejo y asombrado porque lo último que esperaba era exactamente esa respuesta, contempló cómo aquella mujer se dirigía al vendedor, pagaba su pieza, abría el libro y escribía algo en él. Después, aún sonriendo, se le acercó y le entregó el ejemplar. Igual de sonriente, se alejó dándole la espalda.

Volvió a su casa sin conciencia del regreso. Algo había cambiado aquella mañana, rebuscó en su cerebro qué podría haber sido. Pues sí, él, el alienígena, había tenido lo que los ufólogos llaman un "encuentro en la tercera fase". Abrió el libro y comprobó que ella había escrito un número de teléfono y una frase: "Te reto. Te reto dos veces". Como una contraseña.

Sus primeros contactos fueron tímidos, formales, en los límites de la normalidad pautada por los humanos. Sin embargo, poco a poco se dieron cuenta que habían sido programados para reaccionar, estudiar, adorar, paladear, disfrutar,reír y pensar de la misma manera. Igual de raros, igual de extraños, igual de alienígenas, hijos de un remoto lugar en las estrellas. Así, primero se hicieron amigos, después confidentes, más tarde cómplices y al fin amantes. Nunca llegaron a saber cuál había sido la misión que sus ignotos superiores les habían confiado. Y tampoco les importó.

Al fin y al cabo, siempre fueron humanos.

© Luz Marama


























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