Ya estaba de nuevo ahí, a los pies de la cama, esperando a
que mis ojos estuvieran completamente abiertos y mi cuerpo absolutamente
inmóvil, para deslizar una de sus manos animales sobre la colcha. Palpó mi
pierna, dejando en mi piel el rastro repugnante de su tacto. Estaba envuelto en
negro, una especie de gran jirón de oscuridad con forma de túnica, que aún
sombreaba mucho más el rostro que nunca había podido ver.
"Sigue con lo tuyo". Fue lo que me dijo justo en
mi oído. Él tenía la capacidad de estar lejos y hablarme cerca. Y lo mío era
permanecer quieta en la cama, con el cuerpo de piedra, y los ojos muy abiertos
observando mi habitación, sus sombras conocidas, los rojos reflejos del
despertador de la mesilla, los números parpadeantes que señalaban que eran las
03:33.
De esa manera inmediata que sólo él conocía y que yo cada
noche esperaba, se colocó sobre mi rostro, tan cerca que podía oler su aliento
a nada, a la nada más absoluta. Era un rostro de vacío y oscuridad que me
aterrorizaba hasta temer que mi corazón no pudiese soportarlo; para entonces
era ya un tambor martilleando en la garganta. Lo natural sería gritar, pero a
mi cuerpo sólo le estaba permitido, en medio de esa inmensa parálisis, emitir
una especie de gruñidos que no podían despertar a mi compañero de lecho.
Sin embargo, escuchaba su respiración pausada, notaba el
peso de su mano en mi brazo, e intentando ignorar a mi visitante, concentré
toda mi energía en moverme para despertarlo y que él me sacase de aquella
montaña rusa de terror. "Sabes que no puedes", fue lo que el oscuro
me susurró al oído, con una voz femenina y chirriante esta vez, como una bruja
de cuento, pero real.
Su garra se posó sobre mi pecho y comenzó a presionarlo. Nada
era más repugnante que sentir que me tocaba, nada más pavoroso que saber que
estaba a merced de sus antojos, sin poder hacer nada. "Cuando sufras ese
trastorno del sueño, concéntrate en controlar la respiración, y volverás a
quedarte dormida". Lo conseguí. Mis ojos se cerraron a la voluntad del
sueño, haciendo desaparecer al imaginario oscuro.
03:42 era el nuevo parpadeo del reloj cuando me desperté.
Estaba exhausta por el miedo y decidí levantarme a beber agua, a bañarme con la
luz blanca y purificadora de la cocina. A oscuras atravesé la habitación y salí
al pasillo. Al fondo, frente a mí, el negro hueco de la puerta del salón me
esperaba, pero había algo extraño. El hueco estaba lleno de una figura que
pareció volverse hacia mí. Apenas podía ver nada, pero cada poro de mi piel
presintió que a gran velocidad aquello venía en mi dirección, sin que pudiera evitarlo.
Justo antes de atravesarme o golpearme, un reflejo de la calle me mostró aquel
rostro, el del oscuro, y supe entonces que siempre habitó fuera de mis sueños. ©
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