jueves, 14 de agosto de 2014

Lunes


Es lunes… Cinco minutos más, cinco minutos más… Pero no puedo, tengo demasiadas cosas por hacer. Quizá sólo unos segundos para desperezarme de esta breve cabezada. Recuerdo que alguna vez descansé el domingo entero, pero ahora es imposible, tengo tanto por hacer que sólo puedo dormir unos minutos cada eternidad. Tan perfecto como me creo y resulta que necesito desconectar de vez en cuando. Es lo que tiene haberse hecho a sí mismo, sin madre ni padre, ni perro que me ladre. Siempre me hizo gracia esa frase.

 

No sé si organizarme el día o ir improvisando; en realidad me da igual. Cada vez que intento programar el día estos inútiles la lían donde menos lo espero. Delegar de forma responsable es la solución, lo sé, pero ¿dónde están los responsables en los que delegar?

 

Sí, aquel domingo fue el final de una agotadora semana, donde no hubo tiempo ni para una cabezada, pero todo era tan fácil, tan equilibrado, el trabajo iba saliendo de una forma tan perfecta que no podía parar. Pasé aquel domingo contemplando, refocilándome en un trabajo bien hecho, orgulloso del resultado. Era la plenitud, sacar algo maravilloso de la nada. Menuda idea tuve, estaba sembrado.

 

Pero ahora… Voy a arriesgarme a echar un vistazo, apenas unos segundos para ver cómo está todo, aunque me asusta, porque no consigo que nada mejore cada día. Cada jornada es peor que la siguiente y cada vez queda menos de aquella empresa inicial que ya está casi arruinada. Confié en ellos dándoles el mejor sitio para estar, incluso podría haberlo llenado todo de carteles del tipo que ponen las empresas yanquis: “The best place to be”. Ni siquiera tienen espíritu de equipo, es imposible, a pesar de que les envié buenos formadores, lo mejorcito.

 

Nadie me veía aquel domingo, tumbado en el lugar más mullido y cómodo que se me antojó, con sonrisa bobalicona, mirando a un lado y a otro, disfrutando de todo lo que había hecho y de que todo estuviera funcionando como un reloj suizo. Recuerdo que me entretuve mucho con mi nuevo personal. No tenían experiencia, pero vi en ellos tanta pasión, tanta voluntad, tanta entrega, que los hice apoderados de mi gran empresa. Creí que la llevarían a buen término y de forma responsable, que la cuidarían con el mismo mimo con el que yo la construí. Qué iluso fui…

 

Sólo ha sido una ojeada y la tristeza me vuelve a embargar. Si pudiera llorar, lo haría. Más fuegos que apagar; así no hay quien se organice. ¿Cuánto he dormido? ¿Cinco minutos? Quizá menos, pero ya sé lo que me ha despertado. Fueron súplicas, pero de las verdaderas, no de las que me entran por un oído y me salen por otro, si es que tengo oídos… Miles, quizá millones de voces suplicando que les ayude, que solucione las cosas, que acabe con los problemas. Son tantas que no puedo atender a todas; a veces selecciono, a veces improviso y a la postre únicamente consigo gente insatisfecha. Eso a pesar de que en sus escrituras de apoderamiento lo pone bien claro: “libre albedrío”.

Y mientras el maravilloso planeta que creé es destruido por mis criaturas más amadas, aún tengo un lugar para la ironía. Creo que nombraré a San Pedro director del nuevo Servicio de Atención al Cliente. Se va a cagar…

No hay comentarios:

Publicar un comentario